¿Sólo pensamos
en el oso?
Un oso
polar, si, un oso polar vivía en la
Ciudad de Buenos Aires.
A menos de
cien metros de la parada de más de 20 líneas de colectivos.
Lo tenían
encerrado porque había nacido en cautiverio. Según los que lo tenían encerrado,
ese justificativo es suficiente.
Lucraban
con él, sacándole fotos con las que después hacían enormes carteles donde
invitaban a la gente a que lo vean. A que lo vean encerrado.
Las obligaciones de los que lo tenían encerrado,
según ellos, era darle de comer, que tenga atención veterinaria y poco más.
Eso si. Le
habían construido una pileta con mucha agua para que pudiera zambullirse. Se
jactaban orgullosos en los diarios de haber mejorado su “bienestar”.
Esa es la
palabra clave. La que hace entender la muerte por calor de un oso polar en una
ciudad cada vez más subtropical.
Bienestar.
Aprendieron
en alguna ONG, que avala la caza como método de control de las poblaciones de
animales, que mientras se mate rápido y sin dolor excesivo, eso es bienestar.
Raro ¿No?
Hay más
rarezas aún.
No sólo no
lo cuidaron, por algo se les murió, sino que ellos mismos le hicieron la
autopsia. La que confirmaría que murió por calor. Por calor de casi cuarenta y
cinco grados que ellos no sentían por estar en oficinas con refrigeración. O
por haberse ido del zoo en autos con aire acondicionado. Porque, según ellos
mismos dijeron, la noche de Nochebuena se fueron y lo dejaron solo, como estaba
desde hace mucho. Y al volver al otro día estaba muerto.
¿Para que
quedarse si las boleterías del lugar estaban cerradas? Porque eso es lo único
que les preocupa. Las boleterías. Cobrar las entradas. Eso y el “bienestar” de
los animales. Eufemismo utilizado por algunos canallas para justificar
encierros redituables de cualquier ser vivo que les pueda dejar dinero.
Me contaba
una vecina que vive justo enfrente de la última morada del oso, que este año
hubo menos pirotecnia que años anteriores, pues por el intenso calor muchos
vecinos se habían ido de la ciudad. La pirotecnia también fue una excusa invocada
para justificar la muerte. Además del carácter “raro” del oso. Todos, como se
verá (calor, pirotecnia, carácter) elementos externos, imposibles de controlar,
cuasi malignamente milagrosos, que hicieron que un oso polar, a su cuidado pero
no de su propiedad, muera.
Seguramente
a los que se les murió el oso (muerte inocultable por lo grande y
único del animal) son buena gente. Divinos padres de familia, entrañables
amigos, adorados hijos, grandes compañeros de trabajo. Pero el oso se murió a
su cuidado.
Todo aquel
que se preocupe, de ahora en más, por la suerte de los animales que allí quedan
encerrados, serán tildados de fundamentalistas. Verdaderos talibanes a los que
les importan los animales y no su “bienestar”.
Me alegra
preocuparme por los animales, y no por su “bienestar”. Yo los defiendo a todos, no me los como ni me
visto con sus cueros o pieles. No me divierten ni su encierro ni las piruetas
que puedan enseñarles. Pero lógicamente no solo me preocupan los animales no
humanos. Los humanos también. No me gusta que se los encierre, explote y se
lucre con ellos. Pero de ahí a que cobren un sueldo que se les paga pese a la
inoperancia dañina, hay un abismo.
Eduardo Murphy
Director
Centro Argentino de Derecho Animal y Ambiental
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