viernes, 28 de diciembre de 2012


¿Sólo pensamos en el oso?

Un oso polar, si, un oso polar vivía en la Ciudad de Buenos Aires.
A menos de cien metros de la parada de más de 20 líneas de colectivos.
Lo tenían encerrado porque había nacido en cautiverio. Según los que lo tenían encerrado, ese justificativo es suficiente.
Lucraban con él, sacándole fotos con las que después hacían enormes carteles donde invitaban a la gente a que lo vean. A que lo vean encerrado.
Las  obligaciones de los que lo tenían encerrado, según ellos, era darle de comer, que tenga atención veterinaria y poco más.
Eso si. Le habían construido una pileta con mucha agua para que pudiera zambullirse. Se jactaban orgullosos en los diarios de haber mejorado su “bienestar”.
Esa es la palabra clave. La que hace entender la muerte por calor de un oso polar en una ciudad cada vez más subtropical.
Bienestar.
Aprendieron en alguna ONG, que avala la caza como método de control de las poblaciones de animales, que mientras se mate rápido y sin dolor excesivo, eso es bienestar.
Raro ¿No?
Hay más rarezas aún.
No sólo no lo cuidaron, por algo se les murió, sino que ellos mismos le hicieron la autopsia. La que confirmaría que murió por calor. Por calor de casi cuarenta y cinco grados que ellos no sentían por estar en oficinas con refrigeración. O por haberse ido del zoo en autos con aire acondicionado. Porque, según ellos mismos dijeron, la noche de Nochebuena se fueron y lo dejaron solo, como estaba desde hace mucho. Y al volver al otro día estaba muerto.
¿Para que quedarse si las boleterías del lugar estaban cerradas? Porque eso es lo único que les preocupa. Las boleterías. Cobrar las entradas. Eso y el “bienestar” de los animales. Eufemismo utilizado por algunos canallas para justificar encierros redituables de cualquier ser vivo que les pueda dejar dinero.
Me contaba una vecina que vive justo enfrente de la última morada del oso, que este año hubo menos pirotecnia que años anteriores, pues por el intenso calor muchos vecinos se habían ido de la ciudad. La pirotecnia también fue una excusa invocada para justificar la muerte. Además del carácter “raro” del oso. Todos, como se verá (calor, pirotecnia, carácter) elementos externos, imposibles de controlar, cuasi malignamente milagrosos, que hicieron que un oso polar, a su cuidado pero no de su propiedad, muera.
Seguramente a los que se les murió el oso (muerte inocultable por lo grande y único del animal) son buena gente. Divinos padres de familia, entrañables amigos, adorados hijos, grandes compañeros de trabajo. Pero el oso se murió a su cuidado.

Todo aquel que se preocupe, de ahora en más, por la suerte de los animales que allí quedan encerrados, serán tildados de fundamentalistas. Verdaderos talibanes a los que les importan los animales y no su “bienestar”.

Me alegra preocuparme por los animales, y no por su “bienestar”. Yo  los defiendo a todos, no me los como ni me visto con sus cueros o pieles. No me divierten ni su encierro ni las piruetas que puedan enseñarles. Pero lógicamente no solo me preocupan los animales no humanos. Los humanos también. No me gusta que se los encierre, explote y se lucre con ellos. Pero de ahí a que cobren un sueldo que se les paga pese a la inoperancia dañina, hay un abismo.

Eduardo Murphy
Director
Centro Argentino de Derecho Animal y Ambiental



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